Por Laurence Le Bouhellec, Cholula, agosto 2014
Me gusta recordar que el arte nació abstracto y que si en alguna etapa de sus heterogéneos emplazamientos socioculturales lo haya tenido que olvidar, esa es otra historia que no viene al caso contar ahora. En el trabajo del arte abstracto, el artista no recurre a la imagen bi o tridimensional para narrar lo sucedido sino lo que puede suceder y tampoco le corresponde reproducir verdades empíricas sino plasmar lo posible de mundos posibles. En este sentido el trabajo del artista se puede acercar al de un poeta o filósofo, de ninguna manera al de un historiador o cronista. Así es cómo se debe entender el núcleo duro del imaginario en el que se ancla el milenario ΡΟΙΣIΝ al que tantas vueltas le sigue dando todavía el arte contemporáneo. Así es también lo que permite acercarse al secreto de la producción de Patricia Fabre: saber construir formas que pueden llegar a aprehender cualquier tipo de superficie o volverse ellas mismas superficies-objetos, en lugar de aprehender las ya existentes en nuestro mundo exterior y, simplemente, reproducirlas. Definitivamente, eso es lo que le da tanta fuerza y pertinencia al trabajo de esta talentosa artista poblana, quien, por encima de cualquier tipo de modas iconográficas o de género, ha logrado definir y delimitar su propio canon plástico, sellando cada obra con lo genuino de su personalidad artística independientemente del medio al que se recurre, sea metal, papel, lienzo, cerámica, etc.
Porque el arte es, ante todo, cuestión de formas; pero no de estas formas comunes y repetitivas que suelen cubrir las superficies de nuestro mundo exterior; aquí, por formas se entienden las que el artista es capaz de concebir y estructurar desde su propio y genuino sistema de representación del mundo y que, puntualmente, según el soporte, según la técnica, se sueltan.
Entonces, desde este punto de vista, bien parece que el dibujo más que retener, elimina. Dibujar es el trabajo de quien borra, filtra, depura, condensa y cristaliza; experimenta también con formas generadas por líneas. Porque sobre la hoja de papel transformada en una escena privilegiada de relaciones esenciales, la línea se vuelve imprescindible, el color, definitivamente no.
Facilitar el tránsito del no ser al ser por medio de una específica gesta artística, quizá sea ésta la esencia del ΡΟΙΣΙΝ; así es por lo menos tal como la han interpretado y reinterpretado incansablemente los lápices y pinceles de Patricia Fabre sabiamente enfrentados, puntualmente, a la representación de un cacho del ser interno que todos compartimos.
Y si al arte no le incumbe representar lo visible sino producir determinados campos de visibilidad, se entiende entonces que las formas del arte abstracto no sean formas estáticas, cerradas, como las que suelen acompañar los campos de representación del arte realista sino formas necesariamente dinámicas que sugieren un mundo en continua gestación rodeado de todos sus posibles. Bien lo decía Aristóteles en el siglo IV a.C.: el ojo es mejor explorador que la oreja. Gracias, Patricia, por recordárnoslo.