Por María Fernanda Matos Moctezuma.
Patricia Fabre rinde homenaje a través de este libro al iniciador y gran teórico del abstraccionismo, cuyas propuestas estéticas nos revelaron que forma y color constituyen en sí mismos, un lenguaje simbólico independiente de la materia que los contiene. A partir de entonces, los objetos del mundo exterior dejaron de ser los únicos protagonistas del arte, para dar paso a una corriente que dejó a un lado la imitación de la realidad, abriendo un vasto camino de expresión a la sustancia indescriptible del espíritu.
En su búsqueda por proyectar los misterios de las emociones sobre la superficie bidimensional, el artista ruso encontró que el color oculta códigos capaces de representar experiencias internas. Exploró los campos de las gamas cromáticas para concluir que influyen en la percepción y producen sensaciones. El azul es pasivo, provoca lejanía, retrocede. El amarillo es activo, terrenal, nos proporciona luminosidad y firmeza. El rojo, acercamiento, calidez. Sus interpretaciones provienen del análisis y la experimentación, pero también, y en gran medida, de la fuente inmediata de la intuición.
Al descubrir una nueva gramática pictórica, Vassily Kandinsky dio el gran salto hacia el universo maravilloso de lo intangible. Cambió las reglas establecidas que sustentaban el carácter narrativo y descriptivo propio de la pintura icónica, en favor de una organización compositiva ocupada de los valores del color, la línea y el plano. Sus teorías no prescindieron de la forma. Por el contrario, buscaron sus esencias en las figuras elementales de la geometría. En uno de sus más célebres cuadros, Amarillo-Rojo-Azul (1925), el pintor muestra cómo ellas interactúan de manera armoniosa con las gradaciones de los colores primarios que dan lugar al título del cuadro.
El recurso geométrico para representar lo imaginario, no es fortuito. Desde la antigüedad, matemáticos, sacerdotes, chamanes o alquimistas, asignaron al triángulo, círculo y cuadrado, categorías abstractas de perfección y armonía. Los iniciados los asociaron con la divinidad, la sabiduría, el orden cósmico y el infinito. Sus cualidades intrínsecas les merecieron trascender de un significado inmediato hacia el firmamento misterioso de los arcanos.
Fabre construye su discurso con la resonancia de estos principios para hacer visible su propia experiencia interna. A partir de los elementos plásticos marcados por Kandinsky da comienzo a una dinámica de cromatismo lineal que gira alrededor del campo geométrico. Y a la manera del artista, juega con el azar. El primer dibujo sirve de sustento al de la página siguiente. Cada hoja del libro lleva al centro una perforación demarcada por una figura. Así, el triángulo, el círculo y el cuadrado se transforman en ventanas por las que asoma un fragmento del dibujo anterior. Los trazos se expanden por la superficie externa hasta desembocar en la oquedad geométrica del espacio vacío, en cuyo interior se descubre un nuevo diseño.
Su propuesta es en sí una metáfora que invita a transitar de la superficie al orden de los principios universales. Mediante una compleja estructura, extiende un puente que conecta el ejercicio lúdico de las líneas con el hueco central de un papel transformado en punto final o de partida. Usando los conceptos del repertorio ideológico de Kandinsky, la artista plantea dos niveles de percepción del arte, e incita al espectador con este homenaje, a desplazarse del mundo de lo visible hacia el laberinto fantástico de las sensaciones, las emociones y las ideas.