Por Ramón Almela, Doctor en Bellas Artes
La pintura se transforma en instalación desde la mirada objetual; “La mirada expandida” es el reciente paso en la expresión artística de Patricia Fabre que se prolonga hacia el espacio de la galería como lógica consecuencia del instinto en su quehacer plástico. Se mantenía en un letargo vital tridimensional, contenido, aunque anunciado en sus volumetrías geométricas con esferas, cubos y diseño de collares. Sólo había que hacer decir a su obra; cruzar las barreras de la escultura para entender la instalación como medio consecuente con la estructura de signos del lenguaje emocional de su estética.
En la obra de Patricia se rastrea un indicio de la actual recuperación de la idea de Modernidad: Transmodernidad, superando la Posmodernidad al recuperar el tiempo individual, esa interiorización del presente como vivencia intensa del instante del sujeto, una modernidad que convoca un tiempo apasionado, una escena vivida y sentida expandida a través de recuerdos y el espacio abierto y descentrado en contraposición a la representación naturalista del pasado.
Su obra surge como una demanda vital de expresión cuando Patricia se lanza, en edad próxima a los cincuenta, a replantear su mundo como modo de superación de una situación de profundo dolor a través de un diálogo gráfico consigo misma, que forjará este estilo reconocible donde el color y el negro en sus vericuetos lineales arrastran la mirada a un mundo abstracto de dinamismo gestual. Pasión y obsesión desde la estructura lineal que construye un arco entre el intelecto inconsciente y el sentir consciente.
Patricia ha tenido que franquear los límites reductivos de la pintura para, apropiándose del lugar, expandirse con una actitud objetual pictórica generando el ámbito de la instalación. Lo que hizo fue liberar en su pintura una dimensión interna latente que rugía por salir al espacio real provocando un modo de formalismo tridimensional expresivo.